Fahrenheit 911 (2004), de Michael Moore




Por Alejandro Escobar Porras

Inicialmente pensaba en reseñar sobre Érase una vez…en Hollywood de Quentin Tarantino, una película que, aunque enmarcada dentro de los sistemas formales categóricos, tiene guiños hacia los metarrelatos, el cine dentro del cine y la ruptura de la cuarta pared (siendo así, una pieza audiovisual bastante interesante y de mi agrado inmediato reseñar). Sin embargo, sentía que me quedaba corto, cómodo y demasiado fuera de contexto hacia lo que se viene dando en este país en los últimos días.
¿Por qué escoger Fahrenheit 911, si es un documental sobre la historia y la política norteamericana? Sencillamente porque su personaje central, George W. Bush, tiene grandes paralelismos con nuestro actual presidente: un presidente inepto e incapaz que desatendió en su tiempo las necesidades de sus ciudadanos, favoreciendo los grandes conglomerados industriales nacionales e internacionales por medio de la creación de estrategias de miedo y una propugnada “guerra contra el terrorismo”, que merma hasta el día de hoy las libertades ciudadanas, aumentando las brechas sociales entre las diversas clases sociales en Estados Unidos.

La premisa central del documental pretende desvelar y desenmascarar gran parte de los ideales que se tienen sobre la nación del norte: libertad, riqueza y felicidad inmediatas, todos estos pilares del llamado sueño americano que se caen casi inmediatamente desde el minuto uno al mostrar un congreso completamente racista, hegemónico e indiferente ante el clamor de diversos ciudadanos de poblaciones minoritarias para debatir la elección misma de Bush como presidente, la cual siempre se dijo fue fraudulenta frente a la victoria que inicialmente se le había dado a su contrincante Al Gore (quien realizó Una verdad incómoda). Según el documental, estos votantes de poblaciones diferentes fueron borrados e invisibilizados de las listas de electores (¿En qué otra parte había visto que el congreso decidiera no a favor, si no en contra de quienes los eligen?)


Siendo Bush nombrado presidente de los Estados Unidos, rápidamente demostró su ineficiencia para gobernar un país tan grande, con tantas problemáticas y una exigencia constante por mostrarse hacia el mundo como su primera potencia. El pueblo rápidamente mostró su desacuerdo hacia su casi inexistente forma de gobernar: en sus primeros meses de mandato prefería estar de vacaciones jugando golf. En las entrevistas se mostraba inseguro, respondiendo con constantes eufemismos que solo hundían más su popularidad.

Sin embargo, todo esto cambió con el 11 de septiembre de 2001…


Estando en medio de una visita a una escuela en Florida (en ese entonces gobernada por su hermano Jeff y que casualmente, había sido el estado que le daría la victoria en las presidenciales del 2000), Bush recibe la noticia de que las Torres Gemelas en New York acababan de ser atacadas estrellando dos aviones contra ellas. Visiblemente nervioso, sin saber qué hacer, prosigue las actividades previstas en aquella visita. Sin embargo, ya se le había informado con meses de anterioridad que Osama Bin Laden encabezando Al-Qaeda estaba planeando atacar Norteamérica, así como ya habían atentado contra algunas de las embajadas norteamericanas en África. Curiosamente, tanto Osama como Al-Qaeda habían recibido entrenamiento por parte de la CIA a mediados de los años 70, siendo denominados en esta época como Muyahidines, células paramilitares entrenadas para rechazar la invasión soviética en Afganistán (primer productor de amapola del mundo), que posteriormente serían conocidos como Talibanes.
Las relaciones de los árabes con Estados Unidos no terminan allí, porque los Bin Laden son la segunda familia más rica de Arabia, después de la misma casa real de Saúd, con quienes tienen fuertes vínculos de negocios. Los Bin Laden financiaron gran parte de las empresas creadas por George Bush, como la petrolífera Arbusto, así como numerosos contratistas de defensa. Con una amenaza como un ataque terrorista, tanto Bush como sus asociados los Bin Laden se verían ampliamente beneficiados: una guerra contra el terrorismo incrementaría la popularidad cada vez más en declive del primero, y traería cuantiosas ganancias económicas para ambos, al verse obligados en fabricar armas y brindar apoyo logístico a los soldados que participasen en este conflicto.


Por ello, las investigaciones y operaciones que podían dar luz sobre la ubicación de Bin Laden y su grupo fueron, según algunas entrevistas, intencionalmente dilatadas. Por ejemplo, los primeros en salir de Estados Unidos luego del 911 fueron los mismos miembros de la familia Bin Laden que allí residían: salieron como cualquier persona que desea abordar un vuelo en un aeropuerto, sin realizarles ninguna pregunta acerca del paradero de su familiar ni sus verdaderas motivaciones. Además, la invasión realizada en Afganistán en principio contó con muy pocos efectivos (cerca de 11 mil) y se demoró dos meses más de los previstos en llegar al lugar donde se suponía estaba Osama Bin Laden.


Paralelamente a esta situación, dentro de Estados Unidos comienza una oleada de pánico generalizado, debido a que los medios de comunicación reportaban presuntos, diversos y rebuscados planes de los terroristas de atacar hasta en pequeños y recónditos condados, esto con el fin de atemorizar a todos y cada uno de los estadounidenses, sin importar su condición social o su contexto (¿dónde había escuchado recientemente sobre amenazas de ataque masivos de vándalos en lugares relativamente apartados de las ciudades?). Por ejemplo, si una mujer en un aeropuerto sacaba su tetero de leche materna para alimentar a su bebé prácticamente no podía llevarlo o tenía que llevar una cantidad reducida, pero si alguien cargaba mecheros y cerillos (con los cuales fácilmente se podría detonar un explosivo) no había problema; esta paradoja la explica Moore concluyendo que definitivamente no había ninguna amenaza terrorista verdaderamente palpable, era más fácil favorecer a las compañías tabacaleras al dejar que la gente cargara mecheros y cerillos para que los pasajeros pudiesen prender un cigarrillo fácilmente antes y después de iniciar un vuelo, esto a causa de la ansiedad y el miedo que representaba en ese entonces viajar en avión. Debido a la efectividad de esta estrategia del terror, la ciudadanía estadounidense aceptó la aprobación de la Patriot Act, o Ley Antiterrorista, la cual desde entonces otorga poderes casi plenipotenciarios a los organismos de inteligencia.


Como producto de todos estos sucesos, el presidente Bush se siente con la seguridad suficiente para avanzar en su plan: ya no es el mismo presidente que ante cualquier abordaje de los periodistas responde con excusas, al tener un motivo para justificar sus políticas de gobierno, sus intervenciones televisadas muestran el progreso psicológico de este personaje que lo llevarían a encumbrarse como el símbolo del establishment en cabeza de la lucha antiterrorista. Siguiendo los preceptos de la propaganda imperial en la antigua Roma, sale haciendo proselitismo con miembros del ejército estadounidense vestido de soldado o de aviador, mientras en otras apariciones televisadas aparece en smoking en cenas con plutócratas estadounidenses, donde el presidente mismo asevera categóricamente que para el común ellos son la élite, para él solo son su base (algo que me pareció en demasía curioso debido a que Al-Qaeda en español vendría a traducirse en algo así como La Base. ¿Me estaré volviendo demasiado conspiranoico?). Por todo esto, decide en marzo de 2003 invadir Irak, con la premisa de que el régimen de Sadam Hussein estaría consiguiendo y guardando armas de destrucción masiva, hecho que el gobierno estadounidense negaba antes del 11 de septiembre.

Estas aseveraciones, justificadas por mentiras y una coalición de países que prácticamente no tenían motivos concluyentes (Moore oculta intencionalmente la adhesión a la coalición de países como Gran Bretaña, España e Italia), fueron alicientes más que suficientes para que Estados Unidos invadieran un país que se sabía tenía algunas de las mayores reservas de petróleo del mundo. Con un espíritu triunfalista, creado por los medios y las numerosas alocuciones presidenciales, miles de jóvenes se enlistaron en el ejército norteamericano pensando que ir a una guerra en extremo oriente sería un paseo, un tour, una oportunidad de conocer el mundo y sus maravillas. Nada más lejos de la realidad: las entrevistas que se realizan a los soldados muestran a unos hombres y mujeres cansados, estresados y traumados tanto por los horrores que han tenido que cometer, como por los que han cometido con ellos. Cuerpos de niños desmembrados, ciudades milenarias reducidas a escombros, una guerra que solo al librarla y darse cuenta de lo desigual en la balanza de fuerza mostró que era un ejercicio performativo, una pantalla que disfrazaba de patrioterismo oscuros intereses. Los jóvenes se iban en camuflados y volvían en ataúdes sellados con una bandera puesta encima, algo que las noticias no veían conveniente mostrar.


Los hijos muertos no los ponían los congresistas, no los ponían los presidentes ni los plutócratas. Ninguno de ellos sería tan imbécil de llenar un formulario de alistamiento para que sus hijos fueran a la guerra. No…para eso están los pobres, el lumpen, los inmigrantes, los que viven en las zonas deprimidas, los menos favorecidos que, cegados por la esperanza en un mejor futuro, acceden a entrar en las Fuerzas Armadas, seducidos por servir a su patria en la lucha por la democracia y la libertad (igual que en Colombia, pues aquí los muertos los ponen los pobres, los indígenas y los campesinos), teniendo como resultado mayor prestigio social, mayor solvencia económica y gran respeto por parte de su comunidad al volver. ¿No es esto lo que venden los grandes relatos históricos, las grandes películas? Nada más lejos de la realidad: después de un año largo de invasión en Irak, Bush aprobó decretos que recortaban los sueldos de los soldados en acción, así como el apoyo a los veteranos y sus familias. ¿Dónde quedaba el espíritu heroico?, ¿dónde quedaba el prestigio social? y más importante aún, ¿dónde queda la vida?

Hasta aquí queda más o menos consignado lo acontecido en Fahrenheit 911. Esto, más que un resumen, es la premisa de la que Michael Moore en su genial documental nos pretende convencer. En su gran mayoría, el documental se vale de imágenes de fragmentos de archivos provenientes de noticieros y programas de opinión estadounidenses, los cuales organiza de tal manera que nos den a entender lo anteriormente relatado. Sin embargo, hay que decirlo: Moore, por medio del montaje cinematográfico intenta retóricamente acomodar la verdad como su verdad. Esta cualidad del filme debe ser vista como un arma de doble filo: rememorando los sucesos del filme y en cómo están dispuestos inmediatamente se cae en cuenta de que todos están demasiado calzados unos con otros para demostrar la tesis del director, resultando esta conclusión en que la historia, aunque bien contada y estructurada, obedece más a la subjetividad que a ser verdaderamente objetivo. Aun así, Moore es honesto al aceptar que aunque critica el statu quo de su nación, no se olvida de que es americano, es decir, no se olvida de ser panfletario y pop (si se me permite caer en rebuscadas estereotipaciones) como por ejemplo, cuando sale en un carrito de helados a leer por un altavoz las leyes consignadas en la Patriot Act frente a la Casa Blanca, precisamente luego de que en una escena un congresista aceptara frente a los micrófonos que ellos no suelen leer las leyes que aprueban.



También se puede llegar por medio de la asociación a ciertos puntos importantes de la tesis del director. Algunos de estos son el 911 como operación orquestada en connivencia entre Estados Unidos y la familia Bin Laden, o la escogencia de ciertos políticos afganos como personas importantes en el gobierno de Afganistán luego de ser invadida por Estados Unidos, en virtud de ser asesores de Donald Rumsfeld y George Bush. Estos sucesos nunca son explícitamente expuestos por la voz en off de Moore, él simplemente narra las evidencias y al final aparecen las imágenes que permiten generar estas conexiones.
Otro de los puntos fuertes del filme es que toma elementos del falso documental y utiliza numerosos recursos del cine estrictamente narrativo para volverse más ameno al espectador: del primero toma el mencionado estilo de montaje, que raya en lo sensacionalista al presentar todo demasiadamente calzado y premeditado para que se acomode a la visión del director; del segundo toma ese coqueteo emocional entre la comedia y el drama, usando recursos como el sarcasmo, la mofa y la ironía para cambiarles a las imágenes sacadas de noticieros su cariz plenamente informativo. Esto sin contar que, a lo Tarantino, utiliza una banda sonora molona para completar y magnificar el mensaje de todos y cada uno de los momentos álgidos del filme, por ejemplo, cuando muestra numerosas fotos de la familia Bush con diversos miembros de la realeza saudí y la familia Bin Laden mientras suena Shiny Happy People de REM. En su momento, la inclusión de estos elementos representó una expansión del género documental a la hora de argumentar y mostrar sus diversas temáticas al público espectador, algo que se vio reflejado en el enorme éxito en taquilla que tuvo la proyección del documental.

Para concluir, este filme es un documento de época que evidencia la inquietud de distintos sectores alternos al establishment respecto a los acontecimientos de aquel entonces, teniendo serias dudas sobre la veracidad de los mismos. Estas dudas persisten hasta el día de hoy y encuentran numerosas y diversas manifestaciones no solo en el cine, sino también en internet por medio de las páginas de contrainformación (si, porque la información emitida desde los medios oficiales ya se toma con pinzas, al saberse de sobra de su limitada perspectiva y su sesgo intencionadísimo). Aquí se me hace menester establecer un paralelo con la situación colombiana, ya que esto queda demostrado con los acontecimientos recientes. A pesar de haber un cubrimiento mediático hacia el paro nacional que solo se enfocaba en mostrar los desmanes realizados por vándalos, programas como La Tele Letal (otro formato audiovisual que pretende criticar al statu quo) y sus numerosas cuentas en redes sociales, publicaban grabaciones hechas por los mismos ciudadanos que primero, documentaron que la gran mayoría de actividades realizadas por los manifestantes transcurrieron en absoluta paz; segundo, que muchos de los actos vandálicos perpetrados en ciudades como Cali y Bogotá que incluso obligaron a decretar toque de queda, en verdad fueron instigados y perpetrados por miembros de la misma fuerza pública, esto con el objetivo de generar terror y división entre los ciudadanos.
Lo anterior solo demuestra que, a nivel local y mundial, los medios oficiales cada vez están más desacreditados. Con su irreverencia, su incorrección política y su peculiar narrativa, Fahrenheit 911 puede considerarse el génesis cultural y masivo de todo ello.

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